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FANTASMAS DEL PASADO


Mis padres murieron cuando yo no superaba los doce años. Ese aparatoso accidente de coche acabó con lo que más quería, en una noche de tormenta y mucho dolor, de camino a una fiesta de amigos. Me sentí, tan joven, muy sola en este mundo. Mi tía Isabel, como única tutora legal que me quedaba, me acogió en su casa, junto con sus dos hijas(su marido también había muerto años atrás).
Pero esta historia no termina aquí. En absoluto.
Los años de convivencia con mi tía fueron duros. Horribles. No solo que me condenaron a ser la "asistenta" de la casa, teniendo que limpiar todo y cada uno de los rincones de esa casa que me producía pesadillas, tampoco era merecedora de un trato mínimamente decente y me sentía una esclava con mayúsculas. Sus hijas me pegaban patadas mientras agachada frotaba el suelo, su madre agarraba un látigo y descargaba toda su furia en mi espalda, hasta dejarme casi inconsciente y ensangrentada. Que conste que esto no es ninguna fantasía, ni pretendo tampoco mostrar lástima. Pero esas brujas arruinaron mi adolescencia, me prohibieron salir más allá de lo estrictamente necesario(colegio)y me humillaban constantemente, no pasaba un solo día en el que no hicieran chistes sobre mí o sobre la muerte de mis padres, incluida mi tía, quién le importaba bien poco que su hermano y cuñada perdieran la vida tan trágicamente. Este sufrimiento duró cerca de seis años. Seis años de tortura que me enloquecieron, me hicieron sentir echa un guiñapo, una niña cobarde, que se meaba encima por las noches de los sueños de espanto que no la dejan dormir en paz. Pero un día, cuando faltaba un mes para que se cumpliera el "aniversario" del accidente que mató a mis progenitores, a los seres que más quería y me querían sin condición, tomé la decisión. Muy arriesgada, pensé, pero no había de otra. Si llamaba a la Policía, sin testigos, en esa villa apartada de la civilización, llevaba las de perder. Y seguramente recibiría el peor de los castigos. Por tanto, esta era la única opción que me quedaba.
Mi único cartucho hacia la libertad.
Compré secretamente un veneno para ratas, bien escondido en mi mochila, cuando me tocaba hacer la compra de la semana. Una vez en la cocina, mientras ellas charlaban animadamente sobre temas banales que no causaban el más mínimo interés, preparé el té, añadiéndole unas gotas de veneno. Intenté disimular el sabor llenando las tazas de azúcar.
Minutos más tarde salí con la bandeja que transportaba las tazas de té,y la tetera por si deseaban más. También con veneno.
-Espero que se pueda beber Juanita-me espetó mi tía, con esa sonrisa asquerosamente arrogante-, si no te lo escupimos a la cara.
Sus hijas le secundaron con carcajadas. pero yo sabía quien iba a reír la última.
Tomaron el té. Yo me quedé en la cocina, bebiendo agua de grifo, esperando a que mi ingrediente "secreto" surtiera efecto. Y no tardo mucho en hacerlo.
Primero fue una tos, simultánea entre ellas, que se fue transformando en un auténtico ahogo, un sonido desagradable de saliva que obstruye la garganta y la quema. De reojo, miré tras el marco. Se caían al suelo, estaban rojas como tomates. Los ojos se les engrandecieron tanto que parecían a punto de salir disparados. Pero ella, mi tía Isabel, era en la que sobretodo me fijaba. Pugnaba en decirme algo, seguramente me estaba ordenando que llamará al médico, a que alguien las ayudara. Pero no me moví. Me quedé observando su agonía, con una perversa sonrisa dibujada en mis labios. Tengo que confesarlo, disfruté mucho de aquello.
Las tres brujas, tras varios minutos de intensa congestión y aspavientos al aire, soltaron su último aliento. Permanecieron paralizadas en el suelo, con la mirada perdida, como si no se creyesen que la muerte les había ganado. Ojalá pudiera haberme quedado más tiempo, pero el plan debía continuar. Me hice con la mochila, que previamente había reparado con mi ropa y todo lo necesario para sobrevivir. Bajé las escaleras, y las contemplé de nuevo, fiambres en el suelo. Abrí el tablero de control, con todos los cables e interruptores que soportan la electricidad de la casa. Los golpeé con una silla, emergiendo de él venas eléctricas y una fuerte humareda. Salí rápido al exterior, mientras el fuego se abría aspo en el interior de la villa. Cuando estuve ya a una distancia prudente, me volteé.
La casa de los malos recuerdos, de los malos tratos y la mala suerte era devoraba por crecientes llamaradas que la consumían hasta los cimientos, conformando un incendiario espectáculo que, en medio del más profundo bosque, adquiría un tinte de lo más sobrenatural. El intenso humo ascendía hasta el oscuro firmamento,  y yo me deleitaba imaginado como las llamas devoraban a mis torturadoras hasta convertirlas en ceniza. Al fin aquellas desgraciadas, que no respetaron siquiera el luto por mis padres, pagaron por todo lo que hicieron. Y para mí eso bastaba.
Esa noche caminé sola hasta el Pueblo. Llegué a la comisaría, les engañe con la historia de un incendio imprevisto de la que era la única superviviente y no tenía familia a la que acudir. Más tarde los Bomberos vinieron, la Policía inició una investigación, encontraron algunas pruebas que me incriminaban como el veneno encontrado en el estómago de los cadáveres o el sospechoso "cortocircuito"culpable del desastre. Pero nada fue lo suficientemente contundente para acusarme, no hubo ni juicio. Mi papel de niña asustada y desamparada por los golpes que les da la vida resultó ser exitoso. Además, no pasó mucho hasta que una familia adoptiva, muy buenas personas, me acogieron en su hogar. A partir de allí todo fue maravilloso. Entré en la Universidad y comencé la carrera de Filología Inglesa, en otra ciudad, muy alejada de todo el daño infligido, de los lugares malditos en mi memoria. Por unos meses me sentí realmente libre, capaz de superar lo que fuera.
Sin embargo, ellas volvieron a aparecer. Y es aquí donde las cosas se tornan demasiado raras.
La primera noche estaba sola, en mi apartamento. Mi compañera de piso estaba de fiesta con unas amigas, en un concierto creo. Yo estaba viendo la televisión, concretamente la serie Como Conocí a Vuestra Madre. Mientras me reía con las peripecias del grupo, desde el desafortunado Ted hasta el astuto Barney, recibí una llamada en el móvil. Me sobresalté. No estaba acostumbrada a que me llamaran de noche, a no ser que les hubiera pasado algo a mis padres adoptivos. Comprobé el número. Y me encontré con un espacio en blanco, con solo el símbolo del teléfono moviéndose, indicando la llamada entrante.
Fruncí el ceño de extrañeza. Contesté:
-¿Sí?
Nadie respondió. No se escuchaba más que silencio.
-¿Quien es?Como sea una broma, pienso rastrearte y...
-¿Te lo estás pasando bien cariño?
Todo mi cuerpo se paralizó. El miedo rebotó en mi cabeza, con tanta fuerza que me cortó la respiración. Un terror que creía olvidado. La voz inconfundible de mi tía, a quién creía bajo tumba por siempre, se dejó oír en mi aparato, con ese deje gangoso que la caracterizaba.
No era posible, no no.
-¿Qui-Quien eres?-conseguí articular-¿Co-Como puedes modular la voz de esa forma que...?
-Soy tu tía estúpida. Y no vengo sola.
Colgó.
Me quedé con el móvil en la mano, palpándome el pecho. Estaba a punto de tener una crisis de ansiedad.
De repente la tele se apagó. La estancia fue invadida por la oscuridad, algo contrarestada por la tenue luz de los faroles de la calle. Sentía como una presión inviable me inmovilizaba, los viejos recuerdos y el incendio regresaban a mi cabeza con toda su fuerza, amenazando con matarme. "No Juana, no se lo permitas", me dije. Sin perder un segundo más me levanté del sofá y me dirigí a mi cuarto, tropezándome con alguna cosa que solo deseaba que fuera parte del mobiliario. Cerré la puerta de mi habitación, jadeaba como si hubiera corrido la maratón. Me tumbé en la cama, me cubrí con las sabanas tanto como pude, intentando, si podía ser, esconderme de lo que fuera eso. O de ellas.
No dormí en toda la noche. Cada vez que cerraba mis ojos, imágenes perturbadoras que no me prestaré a describir impedían conciliarme el sueño, sumándole sordos ruidos que provenían de afuera de mi cuarto, pasos y hasta risitas juré escuchar, parecidas a las de mis primas, Julieta y Elisenda, aunque no sé si todo aquello era meramente producto de mi imaginación. Pero la llamada si era real, al igual que las que le siguieron.
Desde entonces, especialmente de noche, mi teléfono vibraba, y yo contestaba. En algunas ocasiones dominaba el silencio, colgando sin pronunciar palabra. En otras, por el contrario, me hablaba calmadamente, sin esconder su profundo odio hacia mí:
-Nos quemaste a todas sobrinita, no sabes cuanto nos dolió esto.
-Me tratasteis mal, no tuvisteis piedad conmigo-me atreví a replicar.
-Tampoco ahora la tendremos.
Después de este tipo de amenazadoras respuestas, se cortaba la comunicación. La luz no se apagaba, pero los ruidos y las sombras persistieron. Podría estar cepillándome los dientes, frente al espejo, cuando "alguien" asomaba tras el marco. Yo me giraba, pero no había nadie. Pregunté a mi compañera, pero ella no había salido de su cuarto desde hacía horas. O también creer haber vislumbrado una sombra "de más" en el pasillo, y volverme como loca, buscándola. Pero todas estas apariciones tenían una cosa en común: se parecían a mi tía y sus hijas. Por muy fugaz que dejaran verse, eran ellas. Las brujas.
La situación no mejoró ni un ápice.
Sus voces, irritantes hasta la locura, empezaron a oírse por toda la casa, al principio de forma esporádica, pero luego, como todo, fueron frecuentes Hasta diarios. Me insultaban mientras estudiaba, se burlaban mientras intentaba salir con un chico, hasta se reían cruelmente de mí, acurrucada en la cama, llorando del pánico, de una pesadilla que creía haber dejado bien atrás. Las había asesinado en su apestosa casa, arrasada por las llamas, sin posibilidad alguna de volver a amargarme la existencia. Pero allí están, cada vez más visibles, como si estuvieran anunciando mi propio final...
Me largué de ese piso. Intenté huir de su presencia, me fui a vivir sola, quizás no la mejor idea, pero la única disponible según mi renta económica. La carrera, que en los primeros semestres aprobaba sin dificultad, iba cuesta abajo y hasta me planteaba abandonarla. Estaba perdiendo la cordura. No tenía ni idea cuanto tiempo más duraría esto.
Ya han pasado tres meses desde la primera llamada.
Sigo viéndolas, correteando por el pasillo, asomándose tras mi hombro, mirándome desde debajo de la mesa del salón. Sus ojos iracundos, centelleantes como el fuego, persiguiéndome por todas partes, sin permitirme el derecho a la paz que necesito, mucho menos en mis sueños. Sufro de insomnio agudo, me niego a ir a un psicólogo por si me encierran en el manicomio y, también, porque sé que no es la solución. De hecho, no hay solución. Por eso ya no tengo teléfono de ningún tipo, ni contacto con mis padres y amigos desde hace muchas semanas.¿Estarán preocupados?Pobres, son muy buenas personas. Deben pensar que me ha ocurrido algo, que estoy en un problema. Por ello decidí escribir esto, por si me ocurre cualquier revés, que tengan mi testimonio, por muy loco que suene, y sepan lo que verdaderamntejsnkxcjbk978y7098p09`'´rf.s--
(aquí termina el diario de Juana Zuñiga, desparecida desde hace más de un mes. Un vecino alertó de un hondo olor proveniente de su apartamento, personalizándose las autoridades en el lugar. El cuerpo de la joven se encontraba en el suelo, sin ojos, con fuertes quemaduras, algunas irreversibles, por las mejillas, el cuello, el abdomen, el estómago y en la pierna izquierda. El documento con este texto se encontraba abierto en su ordenador, claramente inacabado, por lo que quien o lo "que" la haya atacado la sorprendió mientras escribía, y sus dedos se deslizaron por el teclado antes de caer. No hay rastros de huellas por ningún rincón del apartamento, el cuál no mide más de 50 metros, ni signos de haber forzado la cerradura o la ventana, aunque en este último caso sería muy complicado, ya que ella vivía en un séptimo piso.  Tampoco ningún vecino ha podido atestiguar a nadie sospechoso que entrara o saliera del domicilio de la chica, asegurando que la última vez en ser vista estaba sola, entrando en su casa. A pesar de esta total falta de indicios la investigación sigue abierta y en proceso, pero, siendo honestos, lo más probable es que se trate de uno de los casos más misteriosos y escalofriantes que he conocido en mi carrera como Policía, con este diario, como Juana misma escribía, como único testimonio. El Inspector Jorge Carrera para servirles).

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