Mis padres murieron cuando yo no superaba los doce años. Ese aparatoso accidente de coche acabó con lo que más quería, en una noche de tormenta y mucho dolor, de camino a una fiesta de amigos. Me sentí, tan joven, muy sola en este mundo. Mi tía Isabel, como única tutora legal que me quedaba, me acogió en su casa, junto con sus dos hijas(su marido también había muerto años atrás). Pero esta historia no termina aquí. En absoluto. Los años de convivencia con mi tía fueron duros. Horribles. No solo que me condenaron a ser la "asistenta" de la casa, teniendo que limpiar todo y cada uno de los rincones de esa casa que me producía pesadillas, tampoco era merecedora de un trato mínimamente decente y me sentía una esclava con mayúsculas. Sus hijas me pegaban patadas mientras agachada frotaba el suelo, su madre agarraba un látigo y descargaba toda su furia en mi espalda, hasta dejarme casi inconsciente y ensangrentada. Que conste que esto no es ninguna fantasía, ni pretendo tampo
Un desvencijado cartel en la entrada anuncia el lugar, en letras grandes y coloridas, como "Centro Beit Prajim, el Hogar para los niños que necesitan uno". Ante Jake se alza un pequeño edificio de dimensiones cuadradas, grisáceo más por el paso del tiempo que por la pintura en sí, y con todas sus ventanas protegidas por una reja de hierro, seguramente para evitar cualquier posible fuga de sus internos. Son varias las cámaras de seguridad, tanto en su entrada como en los laterales, evidentemente necesarias para proteger a todos esos chicos con tan mala suerte en la vida, víctimas de abusos y adicciones que matan, vulnerables ante lo peor de la sociedad. Sin embargo, el centro sigue sin confundirse por un sitio acogedor, y mucho menos agradable para el visitante. El sugerente letrero contrasta enormemente con lo que expone, una prisión para niños, subsidiada en parte por el estado y que se publicita como el mejor y único destino para todos ellos, aunque Furman ya había investi